El mundo está perdiendo las buenas costumbres. Y yo lo echo de menos. Una de las prácticas comunes que está cayendo en desuso es la lectura en papel. La erótica dactilar de pasar la página para continuar la historia poco a poco se extingue en pro de libros electrónicos o tabletas. Los más pequeños de la casa no son ajenos a este fenómeno. En casa también sucede. Mi hija de tres años prefiere escuchar la voz teatralizada de los audiolibros de Spotify para conocer las fábulas clásicas en vez de hacerlo con nosotros leyéndolas mientras mira las ilustraciones. Lo hace para dormir, pero también cuando se baña, cena o va en el coche.
Su nueva (y obsesiva) afición me ha permitido revisitar algunas historias que creía olvidadas. El otro día volví a escuchar la historia de Pedro, aquel pastor cuya diversión en las aburridas tardes con sus ovejas consistía en gritar: ¡Qué viene el lobo!, provocando que sus vecinos subieran hasta el monte a socorrerle de la voracidad del animal. Sin embargo, al llegar hasta el lugar en cuestión éstos descubrían que todo era una broma del burlón pastor. Así pasaron los días hasta que cansados del ¡Qué viene el lobo! los vecinos dejaron de acudir en su auxilio. Fue precisamente ese día en el que el lobo se comió a las ovejas.
El efecto motivador de ese ¡Qué viene lobo! en el Real Madrid es más que evidente. Cada vez que el nombre de José Mourinho aparece en escena en forma de posible alternativa para el banquillo, los jugadores del cuadro de Chamartín despiertan de esa modorra tan típica cuando tienes la tripa llena y que ya dura dos años. Lo hacen para ganar el partido de turno, calmar las aguas y sostener la figura de un Zinedine Zidane que ha sido desposeído de su halo de deidad y es cada vez más humano. Sin embargo, el vaso de la paciencia está cada vez más cerca de rebosar.