A veces las malas noticias llegan en los momentos menos esperados. El vacío que se siente por la pérdida de un ser querido por lo general es indescriptible, sensaciones de amargura y profunda tristeza.

Algo similar ocurre cuando fallece un ídolo (para muchos de infancia). Es como un nudo en la garganta difícil de explicar, y a la vez, un sentimiento de como si lo estuvieran despojando de algo tan propio.

Hay deportistas que se van a recordar toda la vida por haber sido ese responsable de hacer que uno se enamore de cierta disciplina. En mí caso, siempre lo será Rafael Nadal, no imagino por ahora un mundo sin él.

Las repercusiones que trajo este lamentable suceso fueron múltiples, porque seguramente debió ser un tipazo, aparte del carisma que se le percibía.

No soy fan del baloncesto, ni mucho menos, pero me gusta resaltar el sello dejado por Kobe Bryant y ser un ejemplar modelo a seguir para muchos niños. Se le recordará como una leyenda y la ‘Tusa’ transitará por un buen tiempo.

El día a día es una caja de sorpresas, por eso hay que valorar cada momento.