La Copa del Mundo de la FIFA representa a dos atletas enlazando al mundo en el momento de la victoria y es de oro macizo, el trofeo del Roland Garros es una ensaladera de plata y al ganador de las 500 millas de Indianápolis se le otorga la copa Borg-Warner que mide 1.5 metros.
Este fin de semana se entregó en Roubaix (norte de Francia) un galardón un poco más modesto. Un gris y rugoso adoquín, pero es ese que desde hace un siglo premia al campeón (y desde hace solo tres años a la campeona) de una de las pruebas más duras del panorama ciclístico mundial, la infernal París-Roubaix.
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Por el desayuno siempre se sabe cómo será el almuerzo y el sábado la prueba femenina dejó claro que las puertas del infierno del norte estaban abiertas de par en par.
El cielo plomizo y la lluvia intermitente hicieron de los 145 kilómetros entre Denain y Roubaix un verdadero averno para el grupo de favoritas a levantar el adoquín, encabezadas por la reina del 2022, la italiana Elisa Longo-Borghini.
La fuga inicial, que parecía destinada a naufragar ante la embestida de las favoritas, terminó llegando a buen término por un “montonera” ocasionada por la propia Longo Borghini que se fue al piso en el empedrado de Mons-en-Pévèle, llevándose consigo a toda la corte de aspirantes al adoquín. La prueba femenina adquirió entonces los tintes épicos que han caracterizado a la París Roubaix por más de un siglo.
El maltrecho grupo de favoritas tiró entonces de orgullo y pundonor y siguió persiguiendo, pero adelante la canadiense Alison Jackson animó al grupo de escapadas que ya con más corazón que piernas logró llegar por delante al mítico velódromo.
El campanazo para la última vuelta le dio alas a la norteamericana del EF Education-TIBCO que inscribió su nombre para la eternidad en las duchas del templo de Roubaix y con su baile de la victoria generó más “likes” en redes sociales que todos los campeones masculinos en 127 años.
El domingo llegó la cita para los hombres ajustando 120 ediciones de una carrera ya legendaria que alberga gran parte de la historia deportiva, cultural y política de Francia, Bélgica y los Países Bajos. Y el mano a mano entre Mathieu van der Poel y Wout van Aert no se hizo esperar. Pero antes el genial Peter Sagan, campeón en 2018, se despidió de París Roubaix de la peor manera posible al sufrir una dura caída en el primer tramo adoquinado de Troisville a Inchy.
Van der Poel va por todo
El Bosque de Arenberg vio a Van der Poel jugar sus cartas y seleccionar el grupo de favoritos que con nombres como los de: Van Aert, Laporte, Kung, Ganna, Philipsen, Pedersen y Jhon Degenkolb (campeón en 2015), se disputaría ya sin lugar a dudas el trono del “Rey del Infierno 2023”.
MVDP siguió lanzando ataques en los tramos que llevaban al siempre decisivo Carrefour de l'Arbre, último tramo cinco estrellas que vio al veterano alemán Degenkolb irse al piso tras casi chocar con Van der Poel y Philipsen en una escena que se recordará en los años a venir.
El belga Van Aert alentado por sus miles de compatriotas que copan año a año las cunetas jugó sus fichas, pero un pinchazo saliendo de l'Arbre acabó con sus ilusiones y dejó a MVDP en inmejorable posición para alzarse con el cuarto monumento de su palmarés, segundo de la temporada tras gritar campeón hace poco más de un mes en Milano San Remo.
A su espalda, Van Aert y Philipsen protagonizaron un duelo fratricida por el segundo y el tercer lugar del podio, que al final fue para el del Alpecin, que completó el 1-2 histórico de su equipo.
El llanto desconsolado de Degenkolb que llegaba a meta en séptima posición, el recordatorio de la dureza infinita de una carrera de leyenda. Mientras tanto, el nieto del mítico Raymond Poulidor se daba el tradicional duchazo en el viejo velódromo de Roubaix y levantaba al cielo el trofeo con el gris adoquín, sin comparación con los dorados o plateados que se entregan en fútbol, tenis o Formula 1, pero que vale un lugar en el centenario olimpo de campeones del “Infierno del Norte”.