POR: JORGE BARRAZA
Ninguna otra actividad hace más feliz a una nación que el fútbol. Un levantador de pesas gana una medalla de oro, bien; un boxeador logra un título mundial, qué bueno; un ciclista triunfa en el Giro de Italia, una alegría. La Selección gana un partido de estos y no tiene comparación. Nada hace más feliz a la gente. El fútbol es transversal a todo el arco social de un país. Cuando gana la Selección, es un tsunami de alegría, una felicidad nacional sin divisiones. Y si se le gana a Argentina, más. Todos celebran el doble vencer a la Albiceleste. Vaya última o sea campeón del mundo, como ahora. A Brasil también, pero menos. Eso siente Colombia hoy: una dicha ciudadana que engloba a todos. La íntima satisfacción de sentirse buenos, ganadores.
Sin jugar bien, ganó bien. Básicamente, lo supo ganar, lo quiso, lo buscó. Esta Colombia de Lorenzo entendió que no siempre se puede dar espectáculo ni ganar 5 a 0. Hay partidos que se ganan presionando, con carácter, poniendo ganas, metiendo pierna, haciendo tiempo, reclamando al árbitro las que son y las que no. Ya se acostumbró. Derrotó a Alemania en Alemania, a España en Londres, a Brasil y Argentina en la Eliminatoria, en la Copa América a Uruguay, que le propuso una guerra para achicarlo. Sin temple esos duelos no se ganan. Ya sus jugadores saben cómo se encaran estos partidos. Con esta misma mentalidad debió jugar la final de la Copa en Estados Unidos.
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Este 2 a 1 a Argentina lo resolvió con menos juego que nunca, aunque con inusual actitud. Dejó a un lado la rabia de perder la Copa en Miami y se olvidó rápido del mal juego en Perú, archivó todo eso y salió enfocado en lo que venía, como debe ser, con la mente puesta sólo en darse un desquite. Muy importante haberlo logrado, para que el jugador retemple su autoestima. Hablar de tácticas en un partido de tal voltaje sonaría presuntuoso quizás, es hacerse el analista. Aquí juegan los sentidos, el temperamento, la testosterona y la inteligencia. En toda confrontación, por volcánica que fuera, está presente el talento, la mente, desde luego. El cómo desnivelar. Un gol, una incidencia importante quiebran el partido y luego ya es más combate que ajedrez.
El quiebre llega generalmente con el gol. Hasta ahí, Argentina dominaba con su estilo de cuidar la pelota, darle circulación prolija y segura, cansar al rival y esperar que se abra un hueco. La faltó Messi, un abrelatas único que destraba cualquier partido con un toque. Hasta el gol hubo dos llegadas albicelestes, una bola que le robó Julián Álvarez a Camilo Vargas cerca del banderín de córner y remató paralelo al arco con pocas chances de gol, estaba muy oblicuo. La segunda, un fuerte remate alto de De Paul que se fue cerca del travesaño. Colombia, que no había llegado todavía, respondió con gol: centro llovido de James que sobrepasó a Dibu Martínez y encontró un coloso, Yerson Mosquera. Casi sobre la raya dio un salto monumental y remachó el arco. Insólitamente, lo marcaba Enzo Fernández, que no es alto, no sabe cabecear y ni saltó, Mosquera le sacó un metro y medio.
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A propósito, más allá de las tácticas, actualmente hay una considerable diferencia física a favor de Colombia sobre Argentina. Hoy es un aspecto preponderante por la intensidad y la velocidad de las acciones. Y Colombia se lo hizo sentir.
Argentina acusó el golpe del gol de Mosquera, pero siguió en su línea. Al minuto tres de la segunda parte encontró el empate en un pase fallado de James hacia atrás, que habilitó a Nico González, se llevó a la rastra a Mosquera más por velocidad que por fuerza y definió cruzado. Ahí pareció que Argentina, cuyo oficio para conseguir resultados está más que probado, lo podía liquidar. Pero enseguida llegó el penal. ¿Fue…? Dudosito, pero bueno, es el fútbol, los árbitros te dan y te quitan. El juez Piero Maza no lo había concedido, pero lo llamó el VAR, y cuando te llama el VAR es como cuando te llama el jefe: “A mi oficina…”
James lo pateó como los dioses, imposible de tapar, aún para un especialista como Dibu Martínez: alto, bien fuerte y esquinado. ¿Por qué en las definiciones por penales los ejecutores no intentan algo así…? A propósito del 10: es, segurísimo, el mejor centrador de la historia de este juego. Siempre su lanzamiento es peligro de gol. La tremenda eficacia de esta Colombia en el juego aéreo es una combinación de los envíos fabulosos de James y más de media docena de cabeceadores letales: Dávinson Sánchez, Lerma, Yerson Mosquera, Yerry Mina, John Jader Durán a favor de su altura y potencia de salto, Daniel Muñoz por sus apariciones sorpresivas y Lucho Díaz porque, entre otras virtudes, es una de sus especialidades. En tanto juegue James y ponga esos despachos puerta a puerta, todos los rivales del mundo van a sentir ese fortaleza en el aire.
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Después del penal, Colombia bajó la persiana, no quiso jugar más, quemó tiempo. Del segundo período apenas se contabilizaron 19 minutos de tiempo neto de un total de 52:22. En once saques de arco, Camilo Vargas consumió 13,05 minutos. Le hizo arrorró al partido y se quedó con la victoria que buscaba.
El ciclo de Lorenzo no para de sorprender, entran nuevos elementos y todos se acoplan, rinden, juegan para el conjunto, son solidarios entre sí. Cada vez amplía más su base disponible. Obra del técnico. Y de estos jugadores inteligentes y determinados a regalarle algo grande al fútbol colombiano.
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